Hablemos del suicidio
El
verdadero dolor, ya se sabe, es indecible, es un tumulto de palabras ahogadas.
Domingo 17 de abril de 2016
Por Rosa Montero.
El pasado
28 de marzo se cumplieron 75 años del suicidio de Virginia Woolf. La escritora británica se puso el abrigo, llenó los bolsillos de piedras y se metió en las
frías aguas del río Ouse, próximo a su casa. Hace falta estar sufriendo mucho
para escoger una muerte tan determinada, tan terrible. Como bien explican en la
página de RedAipis, la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención
del Suicidio (www.redaipis.org), el suicida no quiere matarse: lo que no puede
es seguir soportando una realidad que le tortura. Personalmente, creo que hay
casos en los que el suicidio es una opción de la vida, no de la muerte: por
ejemplo, ante una enfermedad terminal. Creo que uno tiene todo el derecho a decidir
sensata y dignamente su salida del mundo, pero me parece que esto sucede en
contadas ocasiones y que en general quien se mata no lo hace en un momento de
lucidez, sino de desesperada ofuscación. En medio de un torbellino de angustia
que tal vez hubiera podido solucionarse.
Rosa Montero
“Nunca se
debería clasificar un suicidio en términos de cobardía o de valentía (…) Decir, por otro lado, que la persona que ha fallecido era egoísta es quizá una gran injusticia, sería invalidar su vida por ese final tan trágico.
No solemos culpar de egoísmo a quien murió por cáncer o por otra enfermedad u
otras circunstancias”, dicen en RedAipis.
El suicidio,
pues, sería una suerte de enfermedad, y además devastadora. Es la primera causa
de muerte no natural en España, con 3.910 fallecimientos por este motivo en
2014, la cifra más alta desde que empezaron a contabilizarse hace 25 años. De
hecho, los suicidas duplican a las víctimas de tráfico y además han aumentado
un 20% desde el comienzo de la crisis, cosa que no creo que sea algo casual.
Cada día se quitan la vida 10 personas, la mayoría entre los 40 y los 60 años,
y es posible que estas cifras estén por debajo de la realidad, porque a veces
se camuflan como accidentes o como simples “paradas cardiorrespiratorias”, un eufemismo
al parecer bastante común en los certificados de defunción. Y es que el
suicidio es un tabú, un agujero negro del que no se habla, un estigma que se
oculta, lo cual es un grave error, según Olga Ramos y Carlos Soto, miembros de
un grupo llamado Supervivientes de Suicidio que forma parte de RedAipis. La
única hija de Carlos y Olga, Ariadna, una chica brillante, inteligente y
sensible, se suicidó en enero de 2015, recién cumplidos los 18 años: “Desde
entonces nos hemos volcado en tratar de evitar que le vuelva a pasar a nadie
más”.
En RedAipis
sólo hay medio centenar de socios y no cuentan con ningún apoyo económico, pero
pese a ello se esfuerzan por poner palabras al colosal, aplastante silencio que
deja detrás de sí una muerte de este tipo: “Hay algunas personas que vienen a
las reuniones, que perdieron a un ser querido hace quizá 20 años y que están
hablando por primera vez de ello”, dice Carlos. El verdadero dolor, ya se sabe,
es indecible, es un tumulto de palabras ahogadas; pero además el suicidio lo
empeora todo al arrojar sobre los deudos el pétreo peso del silencio social.
“En el instituto de mi hija había habido seis suicidios en seis años y tres
intentos fallidos más y sin embargo nunca mandaron a un inspector ni lo
hablaron con los alumnos. Con la muerte de Ariadna hicieron un minuto de
silencio y ya está, y eso es una barbaridad porque entonces los chicos se
imaginan cualquier cosa… Que es romántico o heroico, o que así dejan de
molestar y su familia se sentirá más libre… Hay que enseñarles la realidad, el
sufrimiento que provocan”.
Existen síntomas que pueden ponerte sobre la pista de tendencias suicidas: que la persona empiece a regalar las cosas que más quiere, por ejemplo; que deje notas muy afectuosas que parecen despedidas; que no duerma nada, o que, por el contrario, se pase el día en la cama… En ese momento puede buscarse tratamiento, “pero es un problema complejo, porque en la carrera de Psicología apenas se estudia el suicidio, salen sin saber nada de ello”.
Existen síntomas que pueden ponerte sobre la pista de tendencias suicidas: que la persona empiece a regalar las cosas que más quiere, por ejemplo; que deje notas muy afectuosas que parecen despedidas; que no duerma nada, o que, por el contrario, se pase el día en la cama… En ese momento puede buscarse tratamiento, “pero es un problema complejo, porque en la carrera de Psicología apenas se estudia el suicidio, salen sin saber nada de ello”.
En RedAipis
hay psicólogos especializados e intentan, con sus pocos recursos, ayudar todo
lo que pueden. Porque sin duda al ayudar a los demás se alivia también la pena
propia. Aun así, la entereza que muestran estos guerreros de la supervivencia
que son Olga y Carlos resulta admirable: “Nosotros podemos hacer todo lo que
estamos haciendo y pudimos hablar de ello desde el primer día gracias a la
carta que nos dejó Ariadna. Teníamos una relación espléndida con nuestra hija y
ella nos dejó una carta explicándonos todo y diciéndonos lo que teníamos que
hacer. Una carta maravillosa que a mí me salvó la vida”, dice Carlos con
sencilla y estremecedora serenidad. Las palabras de Ariadna deshaciendo
silencios, iluminando abismos, dejando una estela de luz sobre su ausencia.
Rosa Montero
Nació en
Madrid en 1951. Estudió periodismo y psicología. Escribe en El País casi desde
su fundación. En 1997 ganó el premio Primavera de Novela por ‘La hija del
Caníbal’ y en 2005 recibió el premio de la Asociación de la Prensa de Madrid a su
vida profesional.
Esta columna fue publicada en El País Semanal el 17 de Abril de 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario